Fundamentación de la Campaña contra la Patologización de la Identidad de Género: Alto a la patologización trans 2012

El pasado 17 de octubre se realizaron en diferentes ciudades del mundo y en forma simultánea, manifestaciones contra la patologización trans. Al respecto, Belissa Andía, de la Secretaría Trans de ILGA, nos brinda un panorama histórico sobre la campaña “Alto a la patologización trans 2012”, y una reflexión sobre la importancia de continuar el diálogo, el debate y el intercambio de opiniones sobre el tema.

De la campaña y sus demandas
El pasado 17 de octubre se realizaron manifestaciones simultáneas en diferentes partes del mundo contra la patologización trans. Fueron alrededor de 17 las ciudades* participaron en la acción.
La manifestación convocada para la citada fecha tiene sus orígenes en la iniciativa de las manifestaciones de visibilidad trans en París (llamadas Existrans) que salen a las calles desde hace casi diez años. A este acto se sumaron algunos colectivos del Estado español con la particularidad de incorporar a esta fecha la lucha contra el trastorno de identidad de género trans. Las primeras acciones se dieron el 2007, en Madrid y Barcelona, paralelamente a las de París, y para el 2008 eran ya 11 ciudades en el mundo las que se movilizaron el 17 de octubre contra la patologización trans.
Todas estas acciones apuntan a un solo objetivo: que la nueva versión del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM-V), la cual aparecerá en el 2012, elimine de sus páginas la identidad de género como un transtorno de la identidad.
La Asociación Americana de Psiquiatría (APA) somete a consideración en este periodo los posibles cambios en el contenido de sus manuales y ha venido difundiendo una encuesta con el fin de recoger información pertinente. Por esa razón es preciso profundizar nuestras acciones y difundir nuestros puntos de vista en un tema tan trascendental para nosotros y nosotras. En los siguientes años, hasta el 2012, tenemos el deber de concentrar esfuerzos para exigir la despatologización de las identidades trans.
De este objetivo se desprende que la campaña se denomine “Alto a la Patologización Trans – 2012” (Stop Trans Pathologization - 2012), pues tiene el propósito de aglutinar a todas las acciones posibles contra el trastorno de identidad de género. Para visibilizar un trabajo concertado, y para no dar señales de interferencia con la autonomía y las particularidades de cada espacio, los lemas de la manifestación variaron entre ciudades, pero el sub lema “Alto a la Patologización Trans – 2012” se mantuvo para todos los casos.
La propuesta de la campaña del 17 de octubre se centró en cinco exigencias básicas:
-El retiro del Trastorno de Identidad de Género (TIG) tanto del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM-IV) como de la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10), que son referentes para la Organización Mundial de la Salud.
-El retiro de la mención de sexo de los documentos oficiales.
-La abolición de los tratamientos de normalización binaria a personas intersex.
-El libre acceso a los tratamientos hormonales y las cirugías (sin la tutela psiquiátrica).
-La lucha contra la transfobia: propiciando la formación educativa y la inserción social y laboral de las persones trans

La justificación
La campaña por la despatologización de la identidad trans reivindica un derecho fundamental a que la identidad de género sea reconocida como un derecho y que no conlleve ninguna implicancia de transtorno psicológico, de manera que abra las puertas de acceso a los derechos ciudadanos.
Esta campaña surgió frente al estigma descalificador que tiene la identidad de género tanto en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría como en la Clasificación Internacional de Enfermedades.
Para la elaboración del DSM IV y el CIE 10, los investigadores se organizaron en grupos de trabajo constituidos por expertos. Posteriormente, las opiniones de los grupos de trabajo fueron analizadas por un grupo de consejeros. A pesar de que hubo mucha gente involucrada en la discusión, ello no los ha librado de tener una visión sesgada sobre la identidad sexual, especialmente si tomamos en cuenta que han sido formados en un criterio que refleja el género binario como modelo de salud y normalidad. Los individuos promedio en una cultura determinada, incluido el sector de científicos y académicos, perciben y piensan según los patrones de conducta que las sociedades validan y que alcanzan múltiples dominios de funcionamiento en lo conductual y psicológico, naturalizando su sentir. Los criterios determinados para guiar sus observaciones y sistematizarlas, compendiando luego los resultados promedio en comportamientos sobre los cuales se establece el referente de normalidad, no toma en cuenta la inventiva y creatividad que caracteriza a la persona, así como la libertad para guiarse por otros derroteros. Estas expresiones fuera de cauce son constreñidas por el riguroso proceso de socialización y son calificadas como anormalidades o trastornos. Los grandes descubrimientos de la humanidad han partido de conocimientos que en su día fueron combatidos, porque no correspondían a la observación habitual promedio.
Se da por hecho que las identidades que asumen el hombre y la mujer dentro del marco binario de género en que las sociedades humanas se han consolidado son expresiones válidas y saludables. Estas, en sus procesos de desarrollo y fijación, son comparables con los procesos que siguen las identidades trans, pero en expresiones alternativas a aquella dualidad y que por rebasar el binarismo son blanco del prejuicio fundamentalista y descalificadas con los blasones de trastorno, enfermedad, patología o anormalidad. Se estigmatiza y proscribe a las identidades que rompen los límites del género por haber interiorizado significados desde su personal experiencia íntima que conduce a otros aprendizajes que escapan al control total del poder patriarcal y heteronormativo, y que terminan siendo demolidos por la sanción social moral en términos de desorden mental y patologías de la identidad; decretando con ello el control del Estado de esta población iconoclasta a través de las instituciones de la salud y profesionales adscritos a los servicios brindados. Esta acción política direccionada desde los centros de poder que norma de manera coactiva nuestra sexualidad afecta irremediablemente a las identidades trans, asumidas en cualquiera de sus formas, alcanzando también a las personas intersexuales.
Si bien debe quedar claramente establecido que la construcción identitaria, sea tanto como hombre, mujer o trans, son igualmente válidas y tiene similares procesos de aprendizaje, con las particularidades que le imprime el ejercicio de la libertad cultural; debemos comprender que por causa de la discriminación y la exclusión social se generan serios conflictos en la interacción social, creándose cuadros psicológicos que afectan el equilibrio emocional, en unos y en otros. Es el conflicto entre la libertad individual y las normas sociales atravesadas por el género en donde se forman estos desajustes, que afectan un aspecto de la identidad, mas no a la identidad en su totalidad.

Las contradicciones
Se ha planteado un falso dilema en esta campaña, porque se afirma que eliminar de los manuales de diagnóstico la consideración de trastorno de la personalidad y de identidad sexual va en desmedro de un sector de personas trans, dado que colisiona con el derecho al acceso a la salud que incluye dentro de sus coberturas la provisión de hormonas y la prestación de los servicios en cirugías de reasignación genital.
Pero quienes temen correr el riesgo de ser desatendidos si el diagnóstico que permite atenderlos es eliminado del Manual DSM y el CIE, quienes creen que un derecho puede desplazar al otro, olvidan que el derecho a la identidad sexual, así como el respeto a la libertad expresada en ella, es consustancial a la población trans, no es un derecho que se pueda hipotecar, pues la dignidad no tiene precio. Todos los derechos tienen carácter universal, por lo que ser privado de este derecho mediante el recurso del no reconocimiento social es atentar contra la unicidad de la persona y hacerla ininteligible para el entorno social, razón por la cual quedará excluida, reforzándose esta medida con la estigmatización de su identidad.
Ciertamente, este tema es más sensible en los países desarrollados, en donde existe un sistema de salud que da cobertura a su población, situación que contrasta con los países tercer mundistas que distan mucho de tener recursos para atender a sus ciudadanos y ciudadanas, en el que las corrientes privatizadoras de la salud hacen inalcanzable tal derecho para la población trans y en el que estos servicios se dan fuera de todo control, salvo uno que otro país.
La misma Judith Butler ha recogido este dilema en su libro "Deshacer el género"** y ha sido enfática al afirmar que si bien la patologización de la identidad de género es un instrumento para el acceso a ciertos servicios médicos, es también un instrumento para las personas transfóbicas de que están en lo cierto. Por ello, el principio que se debe demandar es el de autonomía. Sin embargo, Butler ha sido también cauta al manifestar que “sería un error solicitar su erradicación sin haber establecido previamente una serie de estructuras que permitan pagar la transición y obtener estatus legal”(122). La mayoría de los países en los cuales el sistema de salud da servicios a las personas trans es, justamente, porque existe un aparato legislativo que las reconoce como tales; en este sentido, la tarea sería más bien desligar una cosa de la otra o que su vinculación deje de estar amparada en una justificación médica.
El derecho a la salud como al goce de un bienestar físico, mental y social es un derecho en el que la comunidad trans también debe hacer un frente atendiendo sus particularidades. Un sector de personas trans para quienes es significativo acceder a las hormonas y cirugías de reasignación sexual que franquea la medicina actual, tienen en estos procedimientos un medio para calzar sus cuerpos en las formas socialmente esperadas, normalizándose ante la mirada fiscalizadora de la sociedad heteronormativa, para eludir la confrontación y la violencia ante la disidencia genérica, así como la discriminación que mina sus capacidades. Por tanto, los desajustes emocionales que se observan en toda persona de cualquier identidad asumida son motivados por la violencia y la transfobia que las incapacita como resultado de esta confrontación.
Argumentar que al quedar suprimida la consideración de trastorno de la identidad sexual se tomarían las exigencias de la comunidad trans como un asunto de carácter suntuario no es cierto, pues el deterioro de la salud mental no es el resultado de variables superfluas, sino de raíces profundas que se afincan en la idea fundamentalista que normaliza la relación sexo-género, determinando que al sexo femenino solamente le corresponde indiscutiblemente el ideal de mujer y que al sexo masculino solamente le corresponde indubitablemente el ideal de hombre. Aquel diagnóstico vigente debe quedar sustituido por otro y no erróneamente como está establecido hoy en día, de manera obtusa, estigmatizando la identidad sexual. A alguien se le ocurriría decir que frente a una exigencia planteada por un hombre o una mujer frente a lo que consideran modificar un significativo defecto que compromete su sexualidad, que el transtorno radica en su identidad sexual, cuando lo que está afectado es un aspecto por el conflicto generado por no poder fijarse en la norma social que rige sobre los cuerpos. Entonces, la propia sociedad tiene que asumir las consecuencias por el pensamiento que promueve y que espera interiorice un sector de la población trans y no eximirse de ella patologizando per se la identidad de género y sexual.
Es un hecho, en este sentido, que diagnosticado dentro de la categoría de una patologización, como lo es ahora la identidad de género, produce un transtorno gravísimo en personas sin ningún problema de salud; “la propia diagnosis puede causar daño emocional al lastimar la autoestima de un niño que no padece transtorno mental alguno” (Butler 123). Si ese efecto se produce en personas en formación, no es poco el daño que causa también en los adultos, pues introduce una estructura paternalista que mina la autonomía implícita en el derecho a la identidad. El efecto concreto de mantener la identidad de género en los manuales psiquiátricos y médicos es confundir autonomía con patología (Butler). Para Butler, como para quienes apoyan esta campaña, no hay duda sobre la necesidad de que el derecho a la libertad sea libre y no coactado por falsas verdades, y que si el acceso a un servicio médico está condicionado pues contradice la libertad que proclama, y, por tanto, la libertad no puede estar encadenada.
La campaña contra la patologización trans reivindica nuestra dignidad, libertad, integridad y autonomía. Los pocos grupos que no se suman a la campaña han expresado que están en desacuerdo con la patologización de la identidad trans. A ellos y ellas les decimos, entonces, haciendo nuestras las interrogantes de Butler, que deben preguntarse si están dispuestos a adaptarse al discurso psicológico que estipula las normas de género antes que a las normas de género en sí mismas; y que deben también enfrentar que si bien la diagnosis aliviará su sufrimiento (al permitir el acceso a los servicios de salud que demandan, donde ello es posible), al mismo tiempo también intensifica ese sufrimiento porque sigue justificándolo en la enfermedad, en la rareza, en la anormalidad.
Como dice Cornelia Schneider, integrante del grupo de personas transgénero Support Transgenre Strasbourg: “la transgeneridad no es un problema médico sino político”. La reivindicación emprendida los 17 de octubre es uno de los pilares que tendrá implicancia en el pleno goce de nuestros derechos humanos. Entendamos que no hay un dilema porque los derechos que están en juego no colisionan, al contrario, se refuerzan. La lucha que emprendemos debe ser vigilante en erradicar la discriminación, el estigma y la transfobia que están asentados en nuestras sociedades de polo a polo, pero debemos acometer esta lucha sin grieta alguna, en un frente común.

Palabras finales
Hemos querido hacer este recorrido por la campaña “Alto a la patologización trans 2012” para dar cuenta de su devenir histórico, pero también para tratar de convencer aquellas almas todavía dudosas. No debemos avergonzarnos por exigir nuestros derechos, ni caer en la cómoda actitud del “mal menor”. Es posible soñar lo imposible, es posible un mundo diferente, las personas trans son prueba viva de ello. Quizá el camino ya recorrido ha sido lo suficientemente difícil y duro como para que rechacemos mayores confrontaciones, pero esas confrontaciones son las que nos han hecho lo que somos y no podemos negarlas ni desestimarlas en su posibilidad de transformación.
Confiamos en que si no logran total convencimiento, al menos estas palabras inviten a la reflexión, a la continuidad del diálogo, al debate y al intercambio alturado de puntos de vista sobre el tema.
Belissa Andía Pérez
Secretaria Trans de ILGA

Referencias
*Barcelona, Madrid, Bilbao, Donosti, Zaragoza, Granada, A Corunha (en el estado español), Torino (Italia), Lisboa (Portugal), Paris, Lille, Marseille (Francia), Bruselas (Bélgica), Quito (Ecuador), Montreal (Quebec), Campinas (Brasil), Lima (Perú).

**Butler, Judith. Deshacer el género. Barcelona: Paidós, 2006.