Poemas de Saadi de Shiraz


Poemas
Un joven de corazón y naturaleza de oro,
que ama a un amigo, es deseado en cada circunstancia;
Una vez, cuando sobre el océano se lanzó con su pareja.
ambos peligraron en un feroz remolino.
Un pescador se planteó a quien salvar primero,
una vida joven debe perderse en una muerte por ahogo;
pero el muchacho llorando ante la ola violenta, dijo:
"Déjeme, y coja la mano de mi compañero en vez de a mi."
Y en cuanto habló, un desmayo mortal le envolvió,
Con estas últimas palabra, la vida y el sentido común lo abandonaron.

Aprende que tiene el temperamento del amor superficial
Quién en la hora del miedo abandona a su compañero.
Los verdaderos amigos siempre actuarán como él de arriba
(Lo dice uno que es experimentado enamorado);
Sadi conoce completamente la parte del amante,
Y Bagdad comprende el corazón árabe.
Más de todo lo demás el ser querido es premiado por serlo,
Estando en el escondido mundo prohibido de los cálidos ojos.

De "El jardín de las rosas"
* * * * 

El amor te convierte en puñado de arena como poeta
La paz y la satisfacción de tu corazón huirán,
llega la vigilia, aun favorable y sus características te atormentarán.
Durmiendo, tu amor en los sueños se sostendrá y perseguirá al amado.
Bajo sus pies tu cabeza se doblega hacia la tierra;
Comparado con él el mundo es una mísera corteza;
Ante tu ser querido el oro es de nula valía,
Por qué, porque el oro no es nada más que polvo
Apenas encuentras palabras para contarlo a otros,
y ninguna habitación queda libre para otros en tu mente.

De "El jardín de los placeres"
* * * * * 

Cuando desde una nube una gota de lluvia caía,
ella vio el mar y muy avergonzada se sentía.
Ella decía ¿Quien soy yo frente a esta inmensidad?
Y mientras ella se miraba con ojos de humildad
una almeja la protegió en su cavidad.

* * * * * *

No pronuncies en secreto
No pronuncies en secreto palabra alguna que no puedas repetir ante mil personas. Antes de pronunciar un discurso, aunque te lo reclamen con insistencia, pregúntate si lo que vas a decir es más importante que tu silencio.
Nunca te enorgullezcas del éxito de tu discurso. Piensa en el número de ignorantes que hay en toda asamblea.
Recuerda que el único recurso definitivo es la espada. Que sólo se tiran piedras al árbol que está cargado de frutos.
Que cuando mueras, sólo te llevarás aquello que hayas dado. Que para el desgraciado, el trabajo es el único remedio eficaz.
Que es de locos discutir con una mujer: porque, ¿quién discute con el agua, el fuego o el viento? Que si hoy una mujer te dijo no, mañana, sin duda, te dirá sí. Entre estas dos palabras hay un puede ser, que es lo mejor del amor.
Hiere la cabeza de la víbora con el puño de tu enemigo y lograrás un bien. Porque si tu enemigo vence, morirá la víbora. Y si lo pican, tendrás un enemigo menos.

* * * * * * * * * *

Cuentos "De las ventajas del silencio" *
El libro cuarto del Gulistân o “El jardín de las rosas” contiene catorce breves cuentos sobre hombres charlatanes y hombres silenciosos, sobre la conveniencia del silencio o la propicia elocuencia.

Primer cuento
Conversando con un amigo dije: —Me abstengo de hablar por decisión propia, pues se me ocurre que gran parte del bien y del mal provienen del habla, y los enemigos escogen lo malo.
Él respondió: —El mejor enemigo es aquél que no ve el bien.
El malvado que pasa ante un hombre piadoso
Le considera un insolente mentiroso.
El mérito es una gran falta para los que tienen prejuicios.
Saadi es una rosa, pero a los ojos de sus enemigos es una espina.
El globo solar, ese rayo que ilumina al mundo,
Es odioso a los ojos del topo.

Segundo cuento
Un mercader perdió doscientas monedas de oro y advirtió a su hijo que no se lo contara a nadie. Su hijo respondió: —Puesto que así lo ordenas, no diré nada, pero explícame la razón de este secreto.
Él respondió: —Para que nuestra pérdida no se vea doblada por la alegría de nuestros vecinos.
No relates tus pérdidas a tus enemigos
Para que no extraigan placer de tu infortunio.

Tercer cuento
Había un joven versado en todas las ramas del saber que, a pesar de frecuentar a los eruditos, jamás manifestaba una opinión. Su padre le preguntó: —Hijo mío, ¿por qué no hablas sobre los temas de los que eres un experto?
Él contestó: —Temo que me pregunten sobre algo que desco­nozco y me avergüencen.
Cuentan de un sufí que remendaba sus zapatos;
Un oficial le agarró de la manga y dijo: “Ven, hierra mi caballo”­
Si no expones una opinión, nadie la discutirá contigo.
Si manifiestas algo, necesitarás pruebas para justificar tus palabras.

Cuarto cuento
Un sabio muy devoto se enredó en un argumento con un maldito ateo, y fue vencido y despreciado. Alguien le dijo: —A pesar de tu conocimiento y habilidad permitiste que un ateo te derrotara en un debate.
Él respondió: - Mi saber se limita al Corán, las Tradiciones del Profeta y los escritos de los grandes Imames, ¿de qué me hubiera servido utilizarlos ante él, cuando no cree en ellos y sólo pronuncia blasfemias?
Si no puedes responder a un hombre con el Corán y la Tradición
Dale esta respuesta: no le contestes en absoluto.

Quinto cuento
El sabio Galeno, viendo que un mentecato se comportaba irrespetuosamente con un erudito, comentó: —Si el erudito hubiera sido verdaderamente sabio, el asunto con el necio no habría llegado hasta este punto.
La enemistad y las peleas no surgen entre los instruidos
Un sabio no provoca un necio
Si un idiota, por serlo, profiere insultos
El sabio conquistará su corazón con amabilidad.
Dos sabios custodiarán cuidadosamente un cabello
Como lo haría un hombre iracundo
Pero si en cada extremo hubiera un necio
Se rompería aunque fuera una cadena
Un hombre de mal carácter insultó a otro
Que lo soportó con paciencia y dijo:
“Oh ser feliz, soy mucho peor de lo que dices
Pues puedo ver que no conoces mis defectos tan bien como yo.”

Sexto cuento
Se considera a Sahban Wail un orador de elocuencia sin igual, ya que podía hablar ante una asamblea durante un año sin repetirse. Si tenía que comentar un tema similar, lo expresaba de forma dis­tinta. Esta es una de las que se requie­ren para ser amigo íntimo de los reyes.
Las palabras, aunque sean dulces
Conmovedoras, aplaudidas y alabadas,
No deberían repetirse después de pronunciadas.
Un pastel sólo se come una vez.

Séptimo cuento
Oí que un filósofo decía: —Nadie manifiesta más su ignorancia que la persona que comienza a hablar antes de que otro haya terminado su alocución.
La disertación, oh sabio,
Tiene un principio y un fin
No interrumpas con el tuyo el discurso de otro.
Un sabio, culto y prudente, no dice nada
Hasta que ve que todos los demás están callados.

Octavo cuento
Unos cortesanos del sultán Mahmud le dijeron al Maestro Hassan Maimandi, hermanastro del rey y visir suyo: —¿Qué te dijo el sultán hoy de tal tema?
Él respondió: —También se os contará.
Ellos insistieron diciendo: —¿Qué puede haberte dicho a ti, su consejero y confidente, que no le parezca apropiado relatarnos?
Hassan contestó: —Porque soy su confidente me lo contó, sabiendo que yo no lo revelaría, así pues, ¿por qué me presionáis?
Los labios conocedores no repiten
Cada palabra que se dice.
¡Desvelar el secreto del rey
Puede suponer la pérdida de una cabeza!

Noveno cuento
Dudaba sobre si adquirir una casa y un Yahudi me dijo: —Cómprala, hace tiempo que vivo en esta calle y no hay nada malo en ella.
—Nada —dije— excepto que tú serías mi vecino.
Una casa con un vecino como tú resulta cara
Aunque se venda diez dirhams por debajo de su valor.
No obstante, se podría vivir con la esperanza
De que a tu muerte valdría un millar.

Décimo cuento
Un poeta se presentó ante un ladrón y recitó un panegírico. Obedeciendo las ordenes del jefe, la banda le desnudó y le echó a los perros. Buscó una piedra, pero el suelo estaba helado y el indefenso. Dijo: —¡Qué malnacidos! No sólo me echan a los perros sino que sujetan las piedras al suelo.
El jefe que lo observaba se rió y dijo: —¡Oh filósofo! Pídeme un favor.
El poeta replicó: —Deseo mis ropas, si concedes que las devuelvan.
Que mi regalo sea la libertad
Un hombre espera el bien de los buenos
¡No espero ningún bien de ti
Mas tampoco me causes daño alguno!
El ladrón se compadeció, le devolvió sus ropas y le entregó un manto de piel y algo de plata.

Undécimo cuento
Un astrónomo al regresar a su casa encontró a su mujer con un hombre desconocido y se encolerizó. Un sabio que pasaba y le oyó dijo:
¿Cómo vas a conocer lo exaltado de los cielos
Si no sabes lo que ocurre en tu propia casa?

Duodécimo cuento
Un predicador, que tenía una voz desagradable, creía que era armoniosa y producía un sonido absurdo. Se podría decir que el graznido del cuervo estaba en su voz y que el versículo «Por cierto que la más odiosa de las voces es el rebuzno del asno» se refería a él.
Con seguridad la voz de Abu al Farawis el predicador destruiría la torre de Persépolis.

La gente del pueblo nada podía hacer debido a su elevada posición hasta que otro predicador, que le odia­ba en secreto, fue a verle y le dijo: —Te he visto en ti un sueño.
—Espero que fuera bueno —replicó el predicador.
—Soñé —dijo el otro— que tu congregación estaba contenta contigo como si tuvieras una voz agradable.
El predicador se quedó pensando y luego dijo: —Tu sueño era bendito, pues veo ahora que mi voz es molesta y que la gente está descontenta con ella. Por tanto no volveré a predicar.
Sufro por la compañía de amigos
Que se refieren a mis malas cualidades como si fueran loables;
Que cuentan mis faltas como méritos y virtudes
Diciendo que mis espinas son rosas y jazmines
¿Dónde está el valiente enemigo que me mostrará mis defectos?

Decimotercer cuento
Cierto muecín, que llamaba a los fieles a la oración en la mezquita de Sinjar, tenía una voz tan terrible que la gente estaba horrorizada. Un noble, el administrador de la mezquita, era amable y bonda­doso y no deseaba herir los del muecín, de modo que, un día, le dijo: —Buen hombre, pago cinco dinares al muecín habitual que lleva mucho tiempo en esta mezquita. Te daré diez si te buscas otro emplazamiento.
El Hombre lo aceptó y se marchó. Poco tiempo después encontró al noble por la calle y le reprochó, ­ diciendo: —Mi señor, sólo me disteis diez dinares por mi empleo, sin embargo, donde me encuentro ahora me ofrecen veinte por marcharme y no los acepto.
El noble se rió: —No los tomes. Pronto te ofrecerán cincuenta para que te vayas.
La arcilla del granito no se raspa tan ásperamente
Como araña una voz molesta el corazón.

Decimocuarto cuento
Un hombre recitaba el Corán con una voz desagradable. Un devoto le preguntó: —¿Cuál es tu salario?
Él respondió: —Nada.
—¿Por qué —inquirió el sabio— haces esto?
—Recito por amor de Allâh —contestó el hombre
—Entonces —replicó el sabio— por amor de Allâh guarda silencio!
Si recitas el Corán de esta manera
Empañarás el corazón del Islam.

* De “El jardín de las rosas”, editorial Sufí, pp.163-171. Traducción de Omar Alî Sha y Carmen Liaño

-----------------------------------

Saadi Shiraz (1184-1291), fue un místico puro. Nacido en Shiraz, fue, desde su juventud, amante del placer y muy religioso. Estudió en Bagdad y fue iniciado en la escuela Nagshbandi de sufismo. Visitó países tan distantes como China, India, Abisinia, Marruecos y Turquía. Sus principales obras son el Bustán y el Gulistán.
Como poeta escribió una serie de relatos y poemas sobre el amor fraternal, el amor al amigo, el amor a la bienamada, de manera muy particular, con una suerte de universalidad y romanticismo al mismo tiempo.